miércoles, 24 de octubre de 2007

Clase de Mier... coles, Una tragedia escrita en tiempo real

Han pasado solo quince minutos desde que empezó la clase, asumo que el sueño que tengo se debe a la hora, 7:15am, y a mi terrible hábito de no dormir antes la una de la mañana, vestigio de semestres anteriores en los que debía amanecer estudiando (un estudio 20% eficaz si se hacía en grupo, 21% eficaz si lo hacia solo).

El reloj se ha movido otro cuarto de hora, noto que no me encuentro solo en éste letargo, a mi alrededor abundan las caras inexpresivas, sobresale la silueta regordeta de mi profesora, y a su lado unas diapositivas proyectadas; va por la 23 de 118, me pregunto si habrá hecho alguna maestría en técnicas de aburrimiento y desesperación; concentro mis pensamientos en el repicar de un pierna vecina.

7:50am, cada vez hay más miradas perdidas, más párpados caídos; una niña sale al baño y por dentro le agradezco el haberle dado un punto de movimiento a esta clase; la puerta suena al abrir y al cerrar, es casi una risa burlona.

Ya el reloj marca diez minutos después de las ocho, hace tiempo dejé de escuchar lo que decía la docente, parece que hablara en un idioma extraño, en cámara lenta, un imparable ‘bla bla bla’ sin acentos; empiezo a desesperarme, o a darme cuenta de que lo estoy.

Son las ocho y media, siento pena por la profesora, ya mis compañeros se han descarado y duermen plácidos sobre sus pupitres; aparento estar pendiente de la clase, mi cabeza asiente de vez en cuando, pero mis ojos me delatan, y un bostezo que sale urgido por mi nariz; caigo en cuenta de que la niña del baño nunca regresó, no tenia cara de diarrea, mas bien tenia cara de fuga; el sol ya entra decido por las ventanas.

Falta un cuarto de hora para acabar con la agonía, algunos se despiertan, se estiran y se desperezan de forma poco sutil, aumentan mi vergüenza; creo estar esperando un campanazo o un timbre, viejas costumbres colegiales, pero sólo dependemos de la voluntad de mi docente; gira su muñeca y afina su mirada, con la otra mano sujeta el reloj como si se fuera a escapar, y finalmente, como por gracia divina, dice ‘bueno, dejemos así por hoy’, nada había sonado tan claro. Es como si de repente nos hubieran soltado de unas cadenas; no queda más que huir tan pronto como sea posible, ir en busca de cafeína, de sensaciones que reactiven a nuestro entumecido cuerpo.

A mis antiguos lectores, gracias por acompañarme una vez mas. A los nuevos, bienvenidos, y sigan que en fondo hay puestos.

Hoy en día afortunadamente hay maneras de pasar el rato en clase, en momentos de desesperación en los que no se puede revisar el celular, siempre es útil acudir a los siempre confiables juegos de lapiz y papel para pasar inadvertido y encontrar un poco de diversión.

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