jueves, 4 de enero de 2007

Éste año si

“Éste año si me rebajo los treinta y cinco kilos que me sobran”, decía una vecina con una media sonrisa en su rostro, sus ojos miraban hacia abajo, como imaginando el nene sacrificio que le costaría conseguir aquella noble pretensión; y su cabeza mecía un suave no, como rechazando los intentos fallidos. En realidad creo que le sobran unos cuantos mas, y también creo que no va rebajar ni unito, pero bueno, estamos en los meses de los dedos cruzados, la época mas fértil de promesas en vano, y no porque nos guste prometer cosas que sabemos no vamos a cumplir, sino porque nos hace sentir mejor con nosotros mismos, y hasta con los demás.

Por supuesto, el arrepentimiento después de una larga faena de embarradas es mejor que cualquier droga que se haya inventado jamás, el cuerpo se deja llevar por este raro invento que estremece a cultos e ignorantes, a sanos y a enfermos, no discrimina a nadie, hasta los perros se ven cabizbajos, en algunos casos el inevitable llanto y moqueo son las primeras señas visibles de los efectos de éste narcótico navideño, pero luego como en un breve instante de conciencia los estimulados secan sus lagrimas, suenan sus mocos, y niegan con fuerza con la cabeza, entonces caen nuevamente en el trance, “este año que viene si…”, la siguiente frase hace alusión a cualquier fracaso que hayan tenido en el año y pretenden no cometer en el siguiente, el ámbito… todos son posibles, académico, sentimental, económico (éste en particular genera grandes dolores de cabeza durante el año venidero), familiar, en fin, cualquiera.




Luego entre los platos sucios de pavo o pollo, entre la primera lavada de la ropa nueva o la cuadringentésima de la recién remendada, volvemos a la realidad, pero todavía hay algo extraño que corre por las venas, y que nos motiva a ejecutar todos esos planes frutos del arrepentimiento; que bonito sentimiento, lástima que la cotidianidad, y la repetición de la repetidera, nos limpie de a poco el cuerpo, en cuestión de uno o dos meses caemos en letargo del día a día, la magia rara que nos motivaba se muere, y una vez mas tenemos que esperar que las luces, las guirnaldas, los comerciales, un burro y una vaca, vengan a recordarnos que el tiempo perdido no se recupera, y que lo único que queda luego de un par de latigazos de contrición (como dice la iglesia), es depositar nuestro ánimo en la esperanza de que la próxima docena de meses la sabremos aprovechar para llevar a cabo todos nuestros proyectos. Y tratar de conservar al menos un poco de esa sangre con mejor octanaje para el resto del camino; si alguien averigua cómo, por favor comuníquenlo.