lunes, 25 de febrero de 2008

La esquina de la suerte

Mala suerte no es haber gastado fortunas en rifas, loterías, y bingos que nunca te has ganado; mala suerte es ganarte problemas que no has buscado.

Sé que nunca me ganaré el Baloto, y en realidad no me quejo por eso, la primera razón es que no hago méritos para ganarlo, ni siquiera lo compro esporádicamente porque crea adicción; y segundo, tengo bien claro que ‘el que quiere azul celeste, que le cueste’, así que mejor me dedico a buscar empleo que a gastar los pocos pesos que tengo en la extrema y remota posibilidad de ganar una lotería o cualquier tipo de juego de azar. La única vez que vi a mi mamá ganarse una rifa, se trataba de un televisor GoldStar de 24 pulgadas, el responsable de la rifa (un policía), no quería entregar el premio, y fueron necesarias un par de intervenciones, peleas, y pleitos de mi padre, para que el honorable policía nos entregara el emproblemado aparato.

Por eso, y por muchas razones más, no soy seguidor del azar disfrazado de suerte. Sin embargo, hace un par de días, la mala suerte se me cruzó en el camino, ¡y de qué forma!

Era viernes, merodeaban las cuatro de la tarde, y un clima gris y pesado le restaba velocidad a toda la dinámica de una ciudad ágil y en movimiento como Bucaramanga. Yo culminaba el fallido intento de conseguir unos materiales para el arreglo de un robot de la universidad, y me alejaba de la zona industrial para tomar el bus que se acerca a mi casa. Mi marcha era continua pero sin afanes; no sé donde se encontraban mis pensamientos, creo que iba caminando en modo automático, como una máquina ensimismada y sin una percepción consiente del exterior. Pero de pronto algo me hizo reaccionar y activar el modo defensa; a mi derecha volaba una botella de cerveza con claras y malévolas intenciones en mi contra; por fortuna, pudo más la gravedad y la impactó contra el piso antes de que ésta cumpliera su objetivo. El fuerte estallido a una cuarta de mis zapatos me hizo saltar ridículamente en sentido contrario y lanzar un ¡Eche que! importado de mis tierras nativas. Entonces me quedé paralizado un par de segundos viendo a mi agresor, ¡vaya sorpresa!, se tratada de una loca muy loca que me gritaba toda clase de improperios.

La loca podía tener unos sesenta y cinco años, era regordeta y canosa, lucía un curtido conjunto azul y su mano derecha se apoyaba sobre un bastón metálico; sus ojos claros y descoordinados infundían un aire siniestro, y de su boca desmuecada salían muchos signos de exclamación. La sorpresa del momento pasó, y junto a los demás transeúntes no pude más que reírme un poco, y sacarle el cuerpo a la locura. Mi recorrido no pudo extenderse mucho antes de detenerse en el semáforo que esperaba a unos diez metros. Qué suerte la mía. Cuando yo creía que ya estaba superado el percance de la loca, la veo aproximarse a mi esquina bastón en mano; Así que con una danza distante pude mantenerme alejado del peculiar personaje que ahora se levantaba la falda en muestra retadora de grosería y altanería. ¡Dios bendito!, a que horas me gané éste chicharrón, si su falda estaba percudida, podrán imaginar sus pantaletas y el barbudo entorno que las rodeaba. El bastón volvía a elevarse como batuta de banda marcial y la congestionada esquina quedó paralizada para ver el espectáculo que me formó la loca.

Quizá me le parezco al muerto que la enloqueció, quizá al abogado que le quitó su casa, o al asesino que la dejó sola en éste mundo, lo cierto es que la loca era un volcán de rabia y grosería en contra mía, ira y resignación que le corrían pierna abajo. En tanto el semáforo me permitió el cruce, atravesé la cebra medio impactado por el suceso, medio nervioso y medio cuajado de risa. Al mirar atrás la pude ver caminando hacia la lejanía, su bastón adornada ahora su hombro, y su cojeante caminar desapareció entre la hilera de carros que fluían nuevamente en la avenida.

Fue así como un día me gané algo que nunca busqué, fue así como el azar me encontró y no yo a el, fue así como la mala suerte se me presentó disfrazada de loca emputada. Y como dicen en mi tierra…. ¡Qué leche tan hijueputa la mía!

4 comentarios:

Unknown dijo...

no jodaaaaaaaa....
pero todo eso a qué hora joselito??? porqué no supe antes de este espectacular encuentro con la loca en cuestión??
Me narrarás al detalle, con puntos, comas y exclamaciones cuando te vea de nuevo...
echeeeeee........ menos mal era una mujer loca y no un hombre loca ^_^
jajajaja
nospi en la uuuuuuuuu

Anónimo dijo...

Bestiaaa compa que chicharron!.
Me parece bien que le hayas sacado la parte graciosa al asunto, pero ... que va a pasar con esa señora? las autoridades están haciendo algo para proteger la integridad de demás transeuntes y por supuesto de la señora con problemas mentales?.

Saludos!

Anónimo dijo...

jajaja que risaaaaa. Y bueno, gracias a Dios no le pasó nada :)

jaime cabana dijo...

q cosa brother q le pase esa a usted jeje pero a la vez muy chistoso.. y lo felicito esta muy bien redactado el articulo.