miércoles, 31 de enero de 2007

Sacando cuentas



Alguien me preguntaba hace unos días, qué tanto había aprendido en éstos siete semestres de carrera fuera de casa; no recuerdo bien lo que le dije, pero en todo caso fue sólo una respuesta corta, concisa, y de poca reflexión.

Poco después, en la intimidad que sólo nuestros pensamientos tienen, trataba de dar con una respuesta acorde a mi verdadera experiencia. Ya en el transcurso del séptimo semestre de mi carrera, ésta no es una pregunta insulsa, ni fácil de contestar. La verdad, en cuanto a la academia se refiere, no puedo decir que ya soy siete décimas partes de un ingeniero mecatrónico, esa no creo que sea la forma de medir cuan profesional sea alguien (con el tiempo hemos asimilado una particular definición de ‘profesional’: dícese de aquella persona que ha pagado 10 semestres o más y un derecho a grado en una universidad); tampoco puedo afirmar que la universidad no haya dejado hasta el momento muchas cosas en mi; sin lugar a dudas he adquirido conocimientos claves para el desarrollo de mis habilidades como futuro profesional (de los de verdad verdad, aunque no pueda decir una fecha, ni hacer una gran fiesta); pero más que conocimientos teóricos, puedo resaltar el gran cúmulo de lecciones prácticas que brinda el paso por la universidad, más aun cuando para ello debes trasladar tu vida a otra ciudad.

Vivir fuera y lejos de casa es elevar la vida al cuadrado, es descubrir el universo por cuenta propia; es agrandar el espíritu, y redimensionar nuestra visión del mundo. Sin darte cuenta dejas de pensar en primera persona, discutes contigo mismo, y te miras a los ojos frente al espejo; descubres que la conciencia existe, y que lentamente te conviertes en ella.

Tal vez no pueda medir en cifras cuanto he aprendido, ni cuanto me falta por aprender, pero me basta saber que al paso de tres años ya soy una persona diferente, para entender cuan valiosa ha sido toda esta experiencia.

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